La mujer del presidente del Gobierno, Begoña Gómez, ya no colecciona cargos honoríficos ni cátedras improvisadas: ahora colecciona delitos. El juez Peinado ha añadido a su abultado expediente la malversación de caudales públicos, un pecado mayor que se suma a la lista que ya arrastraba: tráfico de influencias, corrupción en los negocios, apropiación indebida e intrusismo profesional. Una carrera judicial que, más que un mal trago, parece el currículo paralelo de quien se ha beneficiado del apellido y de la alfombra roja de Moncloa.
Y mientras tanto, Pedro Sánchez sigue viajando en Falcon y disfrutando con toda su familia, a cuerpo de rey, en el Palacio de La Mareta, en Lanzarote, costeado por los impuestos de todos los españoles. Una postal de lujo y privilegio en contraste con un país que se quema entre incendios, que aún no ha visto llegar las ayudas prometidas a los afectados por el volcán de La Palma o la DANA en Valencia, y que asiste impotente al abandono institucional.
Eso sí, cuando se trata de regalar subvenciones millonarias a cineastas y artistas que aplauden las corruptelas y tropelías del sanchismo, los fondos aparecen de inmediato. Una hipocresía que retrata perfectamente el estilo de este Gobierno: generoso con sus amigos, cicatero con los ciudadanos que más lo necesitan.

Una imputación que rompe el blindaje
El juez Juan Carlos Peinado, titular del Juzgado de Instrucción nº 41 de Madrid, ha imputado a Gómez por malversación, señalando que utilizó a su asesora de Moncloa, Cristina Álvarez, como correa de transmisión para sus negocios particulares. Lo escandaloso no es solo el hecho en sí, sino el método: una asesora pagada con dinero público, contratada para servir al Gobierno, convertida en secretaria personal de la esposa del presidente.
El calendario judicial marca la cita: Cristina Álvarez declarará el 10 de septiembre, y un día después, el 11 de septiembre de 2025, será el turno de Begoña Gómez. Cuarta vez que se sentará frente al juez, como si la Audiencia Nacional se hubiera convertido en su segunda oficina. Lo curioso es que, mientras ella se prepara para contestar preguntas sobre fondos desviados y cátedras sospechosas, desde Moncloa se sigue insistiendo en la misma narrativa: “ataques políticos”, “campaña de acoso” y “persecución mediática”.
Una excusa repetida hasta el hartazgo que recuerda al viejo refrán: “Cuando el río suena, agua lleva”. Y en este caso, el río no suena: ruge.

La cátedra de los milagros
El epicentro de esta tormenta es la famosa Cátedra de Transformación Social Competitiva (TSC) en la Universidad Complutense de Madrid. Una cátedra que parecía más bien una agencia privada de colocación y financiación, con la particularidad de que estaba dirigida por la mujer del presidente. Empresas como Telefónica, Indra, Google, Manpower, La Caixa o Reale Seguros pusieron dinero, mientras desde Moncloa se movían hilos para que todo cuadrase.
¿Qué hacía la asesora de Moncloa? Según la investigación, de todo menos lo que le correspondía. Pedía fondos a empresas, gestionaba patrocinios, presionaba a directivos universitarios y hasta hacía de intermediaria para registrar un software que, casualmente, apareció a nombre de Gómez.
El sueldo de la asesora, pagado con cargo a los Presupuestos Generales del Estado, acabó convertido en un instrumento al servicio de los intereses privados de la esposa del presidente. La malversación, por tanto, no es una interpretación: es una radiografía del abuso de poder.
Sánchez, el marido blindado
Lo más grotesco de este asunto no es la conducta de Begoña Gómez, sino la impunidad con la que Pedro Sánchez sigue aferrado al poder. En cualquier democracia seria, un presidente salpicado por tantos casos alrededor suyo estaría dimitido, apartado o, al menos, dando explicaciones exhaustivas ante el Parlamento.
Pero aquí no. Aquí tenemos un presidente que se victimiza, que habla de conspiraciones, que convierte la corrupción en un ataque personal contra su familia. La estrategia es simple: “yo aguanto, mis fieles ladran, y el tiempo borrará los titulares”.
Y como buen jugador de ajedrez político, Sánchez tiene en su equipo al rey del blindaje institucional: Conde-Pumpido, presidente del Tribunal Constitucional. El mismo que en su día se encargó de exculpar a los responsables del mayor escándalo de corrupción de la democracia, los ERE de Andalucía, que supusieron un agujero de más de 680 millones de euros. Si ya hizo el trabajo sucio con el PSOE andaluz, ¿cómo no va a estar dispuesto ahora a preparar el salvavidas para la señora Gómez?
Una larga lista de escándalos
El caso Begoña Gómez no es un episodio aislado: es una pieza más de un engranaje corrupto que rodea a Pedro Sánchez y que se ha convertido en una máquina de fabricar titulares judiciales.
- Su hermano, David Sánchez, procesado por corrupción en la Diputación de Badajoz, con la sombra de la fuga a Japón planeando sobre su futuro.
- El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, sentado en el banquillo acusado de prevaricación.
- El exministro José Luis Ábalos, imputado en el caso Koldo, esa trama indecente de comisiones con mascarillas en plena pandemia.
- El propio Koldo García, ya famoso por ser el recaudador de favores y sobres.
- Santos Cerdán, señalado por sus tramas internas en el PSOE y por conexiones con investigaciones pendientes.
Un mosaico de corrupción que, en lugar de desmoronar el Gobierno, se convierte en un muro de silencio mediático donde los altavoces de siempre —los medios afines al poder— justifican, relativizan o directamente ocultan.

El guion de Moncloa: indignación de manual
Ante la imputación, la respuesta del Ejecutivo ha sido previsible. El ministro Óscar López habló de “indignación” y de “campaña de acoso” contra Sánchez. Lo mismo de siempre: cuando se destapan tramas que afectan a la derecha, son “corrupción”; cuando afectan al PSOE, son “persecuciones”.
Este doble rasero no solo indigna a la oposición y a la ciudadanía, sino que demuestra el desprecio del poder hacia la justicia y la inteligencia de los españoles. Porque ya no se trata de si Gómez cometió o no un delito: se trata de que el Gobierno ha blindado a una familia presidencial como si estuviéramos en un régimen autoritario, donde los parientes del líder están por encima de la ley.
Una España en llamas y sin respuestas
Mientras Begoña Gómez acumula imputaciones, España arde en incendios, las comunidades autónomas claman por ayuda, y el presidente viaja de mitin en mitin, de Falcon en Falcon, como si nada ocurriera. Una escena que recuerda a Nerón tocando la lira mientras Roma ardía.
Los damnificados por el volcán de La Palma siguen esperando las ayudas prometidas hace años. Las familias afectadas por la DANA en Valencia siguen atrapadas en la burocracia. Y en paralelo, Sánchez presume de modernidad y de “transformación social” en cada comparecencia pública.
La oposición denuncia, los jueces investigan, pero en Moncloa se sigue representando la misma función: la del líder intocable, el mártir acosado, el salvador de Europa incomprendido por sus propios ciudadanos.
Una burla a la democracia
Lo que representa el caso Begoña Gómez no es solo un escándalo personal: es la confirmación de que el Gobierno actual ha degradado las instituciones hasta convertirlas en un parapeto personal.
¿De qué sirve que la Guardia Civil investigue, que los jueces señalen, que los medios no afines publiquen, si después siempre aparece un salvavidas judicial? El mensaje que se lanza a los ciudadanos es claro: si eres un español de a pie, caerá todo el peso de la ley sobre ti; si eres parte del clan de Moncloa, la ley se dobla a tu favor.
Conclusión: la historia juzgará
Begoña Gómez ya suma cinco delitos en su expediente, y el proceso está lejos de terminar. Puede que los tribunales acaben dictando sentencias exculpatorias, puede que el Constitucional vuelva a hacer su magia, pero lo que no se borrará es el hedor a corrupción y a impunidad que rodea a este Gobierno.
España recordará este capítulo como una de las etapas más oscuras de su historia democrática, comparable a los ERE andaluces o a los GAL, donde la mentira, el abuso y la desvergüenza marcaron una generación política.
Y Sánchez, el presidente que prometió regeneración y transparencia, pasará a la historia no por sus discursos grandilocuentes ni por sus promesas europeístas, sino por haber gobernado un país rodeado de investigados, procesados e imputados… y por haber convertido a su propia esposa en protagonista del mayor escándalo político de la década.
Porque al final, como dice otro refrán español: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Y en el caso de Pedro Sánchez, sus compañeros de viaje lo definen mejor que cualquier hemeroteca.
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