El buque de la Armada como cortina de humo del Gobierno
El envío de un buque de la Armada hacia Gaza ha despertado polémica, críticas y serias dudas sobre la responsabilidad del Gobierno en una decisión que parece más política que militar. Pedro Sánchez ha dado luz verde a que una embarcación española acompañe a varias flotillas que se dirigen hacia la franja de Gaza con el objetivo declarado de denunciar lo que llaman “genocidio palestino”. Una acción que, lejos de ser un movimiento humanitario o de carácter estratégico, se interpreta como un gesto ideológico que arrastra a España a un conflicto internacional en el que no tiene ni mandato ni misión oficial.

La cuestión central es que ese buque de la Armada se convierte en comparsa de una protesta política disfrazada de solidaridad, y pone en juego tanto la seguridad de la tripulación como la imagen internacional de nuestro país. Israel ha sido claro: ninguna de estas flotillas pasará el bloqueo marítimo. Eso significa que los barcos civiles serán interceptados, y sus tripulantes probablemente detenidos. Mientras tanto, el navío español quedará atrapado en una situación diplomática incómoda, expuesto a tensiones que no le corresponden y con el riesgo añadido de que cualquier incidente ponga a nuestros marinos en peligro.
Las contradicciones de esta iniciativa son evidentes. Entre las embarcaciones que navegan hacia Gaza se han visto banderas LGTBI ondeando al viento. El detalle pasaría desapercibido si no fuera por la enorme paradoja que encierra: se dirigen a un territorio en el que la homosexualidad se paga con la cárcel e incluso con la muerte. Esa incoherencia convierte el viaje en un esperpento político en el que los símbolos pesan más que la realidad. El buque de la Armada, en lugar de estar cumpliendo una misión legítima de defensa o ayuda humanitaria, se encuentra ahora escoltando un espectáculo ideológico sin sentido práctico.

La decisión ha provocado reacciones inmediatas en la oposición y en algunos sectores militares, que hablan de “provocación irresponsable” y de una “utilización descarada de las Fuerzas Armadas para fines de propaganda”. Expertos en seguridad internacional recuerdan que España no actúa bajo paraguas de la OTAN, de la ONU ni de ninguna resolución que ampare esta misión. El Gobierno ha decidido, por voluntad propia, exponer al país en un conflicto ajeno que ya de por sí es un polvorín.
Mientras esto ocurre, Rusia sigue poniendo a prueba a Europa con incursiones aéreas en espacios controlados y maniobras militares que desafían a la OTAN. Y ahí es donde el paralelismo resulta doloroso: mientras Moscú desafía a los aliados con la fuerza, Sánchez arriesga la seguridad de nuestros soldados para sacar rédito político de un gesto teatral en Oriente Medio. El buque de la Armada se convierte en símbolo de la frivolidad con la que Moncloa maneja la política exterior, usándolo como pieza de propaganda en lugar de instrumento de defensa nacional.

El trasfondo es innegable. Cada vez que los casos de corrupción aprietan en los tribunales y las sombras de nepotismo salpican a su entorno, Sánchez busca una nueva pantalla de distracción. El ruido internacional se convierte en cortina de humo frente a los problemas domésticos. Ya lo vimos cuando elevó su voz contra Netanyahu mientras en casa se destapaban escándalos familiares y adjudicaciones dudosas. Ahora repite la fórmula: desviar la atención enviando un buque de la Armada a Gaza, aun sabiendo que el desenlace está cantado y que España solo conseguirá ganarse un nuevo frente diplomático.
El futuro inmediato es claro. La flotilla será detenida, Israel mantendrá su bloqueo, y España tendrá que dar explicaciones sobre qué hacía allí su Armada apoyando una protesta que nunca debió ser respaldada oficialmente. Para Moncloa, el objetivo estará cumplido: habrá generado titulares, habrá mostrado una imagen de “compromiso internacional” y habrá ganado tiempo en su frente interno. Para el resto del país, quedará la sensación de que el nombre de España se usa como herramienta de propaganda, sin respeto a los riesgos que implica.
La historia enseña que los gobiernos que utilizan a las Fuerzas Armadas para fines propagandísticos terminan pagando un alto precio. El buque de la Armada no debería ser un decorado en el teatro ideológico de Sánchez, sino una herramienta seria de defensa nacional y de ayuda en misiones legítimas. Convertirlo en pancarta flotante es, sencillamente, una irresponsabilidad.
Y como recuerda el refrán, “quien se mete a redentor, sale crucificado”. Sánchez parece empeñado en salvar causas lejanas para esconder sus problemas cercanos, pero lo hace poniendo en riesgo la seguridad de los nuestros y arrastrando a España a una función que no nos corresponde. El buque de la Armada zarpa hacia Gaza, pero en realidad navega directo hacia la evidencia de un Gobierno que utiliza el ruido exterior para tapar el silencio interior de la corrupción.