El circo de Sánchez

El circo de Sánchez

Lo de ayer en el Senado no fue una comparecencia, fue El circo de Sánchez.

Una función perfectamente ensayada, donde cada gesto, cada pausa y cada sonrisa estaban calculados. Pedro Sánchez no improvisa; interpreta. No responde, actúa. No explica, representa.
Y así, con el guion aprendido y los focos sobre él, convirtió una comisión de investigación en un espectáculo político de autoprotección y propaganda.

Sánchez llegó como el domador de la pista central, con su verbo afilado y su mirada de superioridad, dispuesto a mantener a raya a todos los que osaran levantarle la voz. Con el látigo de su relato domesticó cada pregunta incómoda: una sacudida aquí, una sonrisa allá. Y mientras los demás buscaban respuestas, él ofrecía espectáculo.

De cada pregunta hizo un número. Como un trapecista, saltaba de tema en tema con la seguridad de quien sabe que bajo la lona no hay red, pero sí un coro dispuesto a aplaudir. Se balanceaba entre la victimización y el ataque, entre la ironía y el cinismo, con la agilidad de un político que domina el aire, pero no el suelo firme de la verdad.


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Y cuando la cuerda se tensaba demasiado, aparecía el escapista.
“Yo no lo gestiono”, “no me consta”, “no tengo información”.
Palabras que funcionan como cerrojos invisibles. Se desata de cada compromiso, se libera de cada responsabilidad, y vuelve a quedar impoluto ante los suyos. La magia del escapismo moderno no necesita cadenas: basta con un par de frases huecas y un público distraído.

Mientras tanto, los demás en el Senado parecían figurantes en un espectáculo que no sabían cómo frenar. No hubo complicidad, pero sí desorientación.
No es que lo dejaran hacer, es que no supieron dirigir a quien había convertido el interrogatorio en su propio monólogo.
Porque Pedro Sánchez no debate: interpreta un papel de sí mismo, el del presidente incomprendido que defiende la democracia atacando a todo el que la ejerce.

Su ataque a Telemadrid fue una de las escenas más reveladoras de la jornada.
No soporta los focos que no controla, ni las cámaras que no enfocan su mejor perfil.
Los acusó de manipular, de servir a intereses ajenos, como si no fuera él quien ha colonizado RTVE, subvencionado medios afines y financiado el relato oficial a golpe de dinero público.
En este número, el presidente cambió el traje de domador por el de mago, y con un golpe de palabra pretendió hacer desaparecer el periodismo libre. Pero el truco, una vez más, se vio venir desde la primera fila.

Y por si algo faltaba, desplegó su faceta de payaso triste, el que mezcla arrogancia con falsa modestia. Entre sonrisa y sonrisa, deslizó su discurso de mártir perseguido: los jueces, los medios, la derecha, los radicales… todos conspiran contra él.
El guion de siempre, ejecutado con precisión quirúrgica.
Y el público, resignado, volvió a escuchar la historia del líder acosado que, pese a todo, “gobierna bien”.



El problema no es ya la mentira, sino su normalización.
Sánchez domina el lenguaje de la confusión como un ilusionista de feria: señala con la mano izquierda mientras esconde con la derecha. Y en ese juego de luces y sombras, la verdad se diluye.
No importa la pregunta, ni el tema, ni la gravedad de los hechos. Lo esencial es mantener la atención, mover los hilos, llenar el silencio con palabras que suenan firmes aunque estén vacías.

Los ciudadanos, espectadores de lujo, observamos la función desde nuestras butacas.
Unos aplauden, otros silban, otros simplemente miran con hastío. Pero al final, todos pagan la entrada.
Porque El circo de Sánchez no se sostiene solo: se alimenta del hartazgo, del ruido, del cansancio colectivo.
Y mientras sigamos pendientes del espectáculo, nadie pedirá cuentas de lo que realmente importa.

Ayer, Pedro Sánchez volvió a demostrar que su gran talento no es gobernar, sino dominar la escena.
Su verbo es su látigo, su sonrisa su red de seguridad, su ego la carpa que todo lo cubre.
Y cada comparecencia, cada discurso, cada gesto, no es más que otra función dentro del mismo número: el del político que todo lo controla menos la realidad.

Como dice el refrán, “cuando el payaso se cree rey, el pueblo acaba pagando el trono.”
Y eso es, exactamente, lo que estamos viviendo.
Porque El circo de Sánchez no termina cuando se apagan las luces del Senado.
Sigue en los telediarios, en los titulares comprados, en los discursos de madrugada.
Y mientras la función continúa, España entera se pregunta si alguna vez volveremos a ver política sin espectáculo, verdad sin truco y poder sin carpa.

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