Prepárense para el apocalipsis, porque ayer España no solo se quedó sin luz: quedó sin Gobierno, sin explicaciones y sin vergüenza. Mientras millones de ciudadanos sufrían en hospitales, carreteras y sus propios hogares, Pedro Sánchez tardó seis eternas horas en salir a escena. Y cuando lo hizo, se limitó a soltar un monólogo de frases huecas y conspiraciones infantiles: «No descartamos ninguna hipótesis». Ni una pizca de claridad. Ni un gramo de responsabilidad.
¿Casualidad? En absoluto. Justo ayer también se anunciaba el procesamiento del «hermanísimo», David Sánchez, por prevaricación y tráfico de influencias junto a otros 11 socialistas de élite. Y la respuesta del Gobierno fue un clásico manual de cortinas de humo: un país paralizado y un presidente que apunta en todas las direcciones menos a su espejo.
Mentiras, ocultaciones y teorías de saldo
En menos de 24 horas nos cambiaron la versión del apagón como quien cambia de camisa:
- Primero dijeron que fue un «fenómeno meteorológico».
- Luego «un posible ciberataque».
- Después «una avería técnica».
- Y para terminar, una «sobretensión» de renovables.
¡Todo sin una sola prueba contundente y contradiciendo a Red Eléctrica, que descartó desde la mañana cualquier ataque o intrusión externa!
Mientras tanto, los expertos coincidían: la causa fue un colapso interno debido a la frágil estructura del sistema energético, saturado de energías renovables intermitentes y sin suficiente respaldo nuclear. Una bomba de relojería anunciada que el Gobierno decidió ignorar. Hace solo 20 días, ¡el propio Ejecutivo negaba tajantemente que pudiese haber un apagón en España!

El enemigo inventado: los operadores privados
En su desesperación, Sánchez cargó contra los operadores privados y las nucleares. Según él, la culpa era de las empresas, de los que producen energía, de cualquiera… menos suya. Olvida que Red Eléctrica está presidida por su exministra Beatriz Corredor y que es el propio Gobierno quien decidió cerrar las centrales nucleares antes de tiempo, dejando a España a merced del viento y el sol.
Por si fuera poco, ha encargado una «investigación independiente» al Ministerio de Transición Ecológica, ¡como si poner al zorro a vigilar el gallinero fuera una garantía de imparcialidad!
Cuando la incompetencia y la propaganda son letales
En situaciones normales, un fallo eléctrico de esta magnitud habría tenido una explicación técnica en minutos. Se sabe dónde se origina, por qué se dispara y cómo se propaga. Eso es el ABC de la gestión eléctrica moderna. Pero aquí, muchas horas después, seguimos en el oscurantismo absoluto.
No es que no sepan lo que pasó. Es que no quieren decirlo. Porque tendrían que admitir que su modelo energético está haciendo aguas, que sacrificaron la seguridad energética en el altar de la ideología verde, y que su supuesta «transición ecológica» ha dejado a España en pelotas.
Investigaciones que retratan un escándalo mayor
La gravedad del suceso ha traspasado fronteras:
- La Audiencia Nacional ha abierto diligencias de oficio para investigar si el apagón fue un acto de ciberterrorismo, solicitando informes a Red Eléctrica, al Centro Criptológico Nacional y a la Policía Nacional.
- La Comisión Europea ha dado al Gobierno español un plazo de tres meses para presentar una investigación exhaustiva sobre lo sucedido.
- Portugal ha solicitado formalmente a la Unión Europea una explicación clara y una auditoría independiente.
Y mientras en el extranjero exigen la verdad, aquí seguimos atrapados en un lodazal de ocultaciones y propaganda.
Dimisión inmediata y elecciones ya
Lo sucedido no es un error técnico. Es la consecuencia directa de políticas irresponsables, de negligencias encadenadas, de soberbia y propaganda. ¡Y tiene nombres y apellidos!
Pedro Sánchez no puede seguir ni un minuto más al frente del Gobierno. El apagón no fue solo el colapso de una red eléctrica: fue el colapso de todo un régimen de engaños, amiguismos y corrupción. La única salida digna es su dimisión inmediata y la convocatoria de elecciones generales.
Porque como dice el viejo refrán: «Cuando el río suena, agua lleva». Y en Moncloa, hoy, el estruendo es ensordecedor.
