En el PSOE Extremadura, ya no hay límites. Lo que ayer era motivo de dimisión hoy se convierte en un mérito político. El PSOE, en su carrera hacia el descrédito institucional total, ha decidido que en Extremadura el cartel electoral lo encabece Miguel Ángel Gallardo, dirigente socialista procesado por el mismo caso judicial que investiga la contratación del hermano del presidente del Gobierno, el ya conocido “hermanísimo”.
La historia parece escrita por un guionista cínico: un hermano de Sánchez señalado por su contratación irregular en la Diputación de Badajoz, un líder provincial bajo sospecha, y un partido que, en lugar de apartarlo, lo coloca al frente de las listas. El mensaje es nítido: no importa la ética, solo la lealtad.
PSOE Extremadura: Gallardo no solo fue presidente de la Diputación cuando se produjo la contratación de David Sánchez, sino que ha criticado públicamente a la jueza que instruye el caso, acusándola de irregularidades en la investigación. Y aun así, el aparato de Ferraz ha respaldado su candidatura. En cualquier país con un mínimo de pudor político esto sería un escándalo; en la España del sanchismo, es rutina.
Porque el problema ya no es el hermanísimo. Es lo que el hermanísimo representa: la impunidad como método, el poder como refugio y el aforamiento como salvavidas. En esta España donde el fiscal general se sienta en el banquillo, donde la mujer del presidente acumula citaciones judiciales, donde los jueces son cuestionados por el Gobierno, el siguiente paso lógico era este: poner en las papeletas a un investigado.
Lo que antes se llamaba “incompatibilidad moral” ahora se llama “normalidad democrática”. El PSOE ha logrado que la corrupción deje de provocar indignación para convertirse en parte del paisaje. Mientras tanto, se sigue utilizando a la Fiscalía como escudo político, se intenta recortar el margen de actuación de los jueces y se cambia la ley para que solo el poder decida quién puede o no ser investigado.

El PSOE Extremadura y la estrategia de la impunidad
el PSOE Extremadura se convierte así en un nuevo laboratorio del sanchismo. Allí donde el paro y la despoblación siguen siendo heridas abiertas, el PSOE ofrece el espectáculo de un candidato judicialmente señalado. El hermanísimo, lejos de ser una sombra incómoda, se convierte en el tótem del poder familiar: el ejemplo de que todo vale, de que nada tiene consecuencias, de que el poder es un chaleco antibalas.
Pero el daño va mucho más allá de un proceso judicial. La sensación de impunidad ha calado en la política y ha anestesiado al ciudadano. Se nos ha acostumbrado a convivir con lo inaceptable. Hoy el debate ya no es si hay corrupción, sino cuánta estamos dispuestos a tolerar.
Gallardo será el candidato del PSOE Extremadura, y nadie en Ferraz se atreverá a levantar la voz. Sánchez impone, la dirección acata, los medios subvencionados justifican, y el votante, confundido o resignado, observa cómo se reparten las cartas del poder sin que la justicia o la decencia pinten nada.
El hermanísimo, su hermano mayor y la corte de fieles que los rodea han convertido España en una maquinaria de poder engrasada con silencio, propaganda y miedo. Y si alguien osa cuestionarlo, el aparato se encarga de señalarlo. No importa que haya una jueza que instruya con pruebas, no importa que existan informes de la UCO, no importa que la credibilidad institucional esté en caída libre. Lo único que importa es mantener el relato, controlar la narrativa y prolongar el mando.
Dicen que Extremadura será el primer examen antes de las generales. Y sí, lo será. Pero no de gestión, sino de moral colectiva. Si los ciudadanos legitiman en las urnas a un candidato procesado, si se normaliza que un caso judicial sea una medalla partidista, entonces el hermanísimo habrá ganado más que un juicio: habrá ganado el alma de un país resignado.
Quizá por eso, esta nueva España ya no se mide por su justicia, sino por su silencio. Y cuando el silencio se vuelve costumbre, la democracia se convierte en un decorado.
Como decía el refrán, “quien con corruptos se acuesta, procesado amanece”.
Y aquí estamos: con un Gobierno que duerme con la corrupción y se levanta con la bandera del hermanísimo.