Chantajes: El Precio del Poder en España

Chantajes en España

España atraviesa uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. Lo que solía ser un país unido y con una democracia sólida, hoy se tambalea al borde del abismo. No solo hemos sido testigos de escándalos que, en cualquier época pasada, habrían causado la caída de un gobierno en cuestión de días, sino que ahora nos enfrentamos a algo mucho más grave: aquellos que alguna vez fueron los enemigos más feroces de nuestro Estado, hoy redactan las leyes.

¿Cómo hemos llegado a este punto? La corrupción ha alcanzado las más altas esferas del poder. Esposa, hermanos, ministros y una red de secuaces moviéndose en la sombra, todos implicados en tramas que de corrupción o tratos de favor. No olvidemos la infame escena en la Embajada de España en Caracas, donde dos dictadores y traficantes, Delcy y Jorge Rodríguez, urdían planes para chantajear a un líder legítimo. El expresidente Zapatero, pieza clave de este oscuro entramado, facilitaba las maniobras mientras el gobierno de Pedro Sánchez miraba hacia otro lado.

Lo que debería haber sido un escándalo internacional de proporciones gigantescas fue relegado a poco más que una nota a pie de página en el caos que vivimos día tras día. Y este episodio, por sí solo, ya sería suficiente para cuestionar el futuro de nuestro país. Pero lo que realmente debería encender todas las alarmas es el pacto implícito con los herederos de ETA.

Es incomprensible y vergonzoso que el gobierno de Sánchez, en su afán de mantenerse en el poder a cualquier precio, haya cedido ante los chantajes de aquellos que un día mancharon de sangre nuestras calles. Hoy, los antiguos miembros de la banda terrorista ETA o sus simpatizantes, no solo han salido de las sombras, sino que tienen la capacidad de redactar leyes, influir en el gobierno y, en definitiva, controlar el destino de España.

Atentado del «comando España» de ETA con un coche bomba. | Europa Press

Recordemos las atrocidades: en 1987, un coche bomba de ETA en el centro comercial Hipercor de Barcelona dejó 21 muertos, entre ellos niños. Meses después, once personas, incluidos seis niños, murieron en un atentado en la Casa Cuartel de Zaragoza. En la Plaza de la República Argentina, 12 personas fueron asesinadas en otro ataque. Estos son solo algunos de los crímenes más recordados, pero hay cientos más. El dolor y el sufrimiento que causaron se extendieron por años y marcaron a generaciones enteras.

Hoy, esos mismos asesinos, o quienes aún los defienden, tienen el descaro de redactar leyes y chantajear a un gobierno que ha preferido mirar hacia otro lado. Un gobierno que, en lugar de proteger la memoria de las víctimas, ha decidido pactar con los herederos del terror. Un presidente que ha traicionado los valores democráticos por mantener su silla a cualquier precio.

EUROPA PRESS

Pero no solo se trata de ETA. La corrupción que lo impregna todo también forma parte de nuestro día. Los escándalos han sido tan descarados y frecuentes que ya ni siquiera sorprenden. Hemos visto cómo los prófugos de la justicia entran y salen del país sin ser detenidos, cómo ministros y altos cargos aprovechan su posición para beneficiar a familiares y amigos, y cómo las leyes se retuercen para perdonar a delincuentes a cambio de favores políticos.

Estamos siendo testigos de la desaparición de la Guardia Civil en Cataluña, un símbolo más de la debilidad y la cesión constante de este gobierno ante quienes buscan la desintegración del Estado. El insulto constante a la figura del rey y la ruptura de la igualdad entre los españoles son solo síntomas de una nación que se desmorona.

En este escenario, la pregunta que nos hacemos todos es: ¿qué nos queda por ver? ¿Qué más necesita suceder para que se enciendan todas las alarmas? Hemos visto como la historia, una y otra vez, nos demuestra que ceder ante el chantaje y la corrupción solo lleva a la destrucción. Pero en España parece que se ha normalizado lo inaceptable.

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La oposición, por su parte, no ha sido efectiva. El Partido Popular y Vox se muestran como fuerzas incapaces de articular una respuesta contundente que frene esta deriva autoritaria. Si los papeles se cambiaran, si hoy el PSOE estuviera en la oposición y fuera otro partido quien gobernara, España estaría ardiendo por los cuatro costados. No cabe duda de que Pedro Sánchez, desde la oposición, estaría exigiendo la dimisión del presidente a cada minuto, ocupando las calles y movilizando a sus simpatizantes en protestas masivas.

Sin embargo, lo que sorprende aún más es la calma social. La sociedad parece haber sido adormecida por una sucesión de escándalos que, lejos de provocar la indignación colectiva que merecen, se diluyen en el día a día de un país que ya no reacciona. Es como si la gravedad de la situación, en vez de despertar conciencias, hubiese terminado por anestesiar a un pueblo acostumbrado a la corrupción y la impunidad.

Este gobierno, bajo el liderazgo de Pedro Sánchez, ha permitido que España sucumba ante el chantaje de asesinos y corruptos. Ha sido testigo, y en muchos casos, cómplice de cómo las instituciones se han debilitado, cómo el país se ha fragmentado y cómo el control absoluto se ha impuesto sobre la democracia. Todo por el ego desmedido de un presidente que se aferra al poder con uñas y dientes, mientras el país se desmorona a su alrededor.

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No se trata solo de ideologías o de luchas partidistas. Se trata de la supervivencia de nuestra democracia. Se trata de evitar que los enemigos de España, aquellos que la atacaron desde dentro y desde fuera, se apoderen de lo que queda de nuestras instituciones. España está en el principio del fin, y si no abrimos los ojos pronto, lo que hoy parece un desastre controlable se convertirá en una caída irreversible hacia el abismo.

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