Eduardo Madina perdió una pierna por culpa de ETA, pero nunca perdió la dignidad. Hoy, tras atreverse a ejercer la libertad de expresión —ese derecho que tanto cuesta defender en un PSOE rendido al culto a la personalidad de Pedro Sánchez— ha sido atacado con rabia por el ministro de los aspavientos, el showman de los medios, Óscar Puente, que desde su baja por paternidad no se resiste a seguir haciendo lo que mejor sabe: repartir estiércol ideológico al servicio del poder.

“El que faltaba del cuarteto de los resentidos”, escupió Puente desde la red X, como buen lacayo que cree que insultar es gobernar y que atacar a los que piensan por libre es un acto revolucionario.
El ataque del ministro no es casual. El guion es claro: toda voz que cuestione la deriva sanchista debe ser silenciada, ridiculizada o cancelada. Puente es solo un engranaje más —el más ruidoso— de esa maquinaria de propaganda que pretende tapar con ruido la corrupción, el nepotismo y la descomposición ética de un partido que en su día representó algo.

Pero Madina no es un cualquiera. Madina sobrevivió a una bomba lapa y le habló al país con el corazón en carne viva: “No siento odio”, dijo entonces, y lo cumplió. Podría haber elegido la venganza, pero eligió la política, el diálogo, el compromiso. No necesitó convertir su historia en un circo. Hoy, 23 años después, el PSOE lo paga con desdén, por tener el atrevimiento de opinar.
¿Quién es Óscar Puente al lado de Eduardo Madina? ¿Qué ha hecho Puente por España más allá de convertirse en el perro de presa de Moncloa? ¿Dónde estaba Puente cuando ETA mataba? ¿Qué ha sacrificado por su país, además de su reputación como bufón de plató?
Comparar a Madina con Puente es como comparar a un estadista con un tuitero de bar. El primero dio la cara por España. El segundo da voces para distraer de las cloacas que brotan desde el sótano de Moncloa. Madina ha sido ejemplo de dignidad, de templanza, de regeneración. Puente es la viva imagen de lo contrario: un político hecho a base de espuma, oportunismo y sectarismo.
Cuando un partido ataca a los mejores que ha tenido, es que ha perdido el rumbo. Cuando un ministro insulta a un compañero por pensar, es que el pensamiento ya está prohibido.
Y cuando un Gobierno necesita a alguien como Puente para encabezar su defensa, es porque la verdad ya no les sirve.
Como diría el refrán: “No ladra el perro por defender la casa, sino por tapar los ruidos de dentro”.
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