La cultura es la capacidad que cada individuo tiene de formular juicios fundados de valor sobre determinadas cuestiones. Para ello, obviamente, se necesita estudio, investigación, conocimiento previo. A su vez, la palabra «cívica» deriva de «civis» (ciudad: lo que pertenece a ella). Si bien son muchas las cuestiones que pueden «pertenecer» a una ciudad, o a un país en general, se reserva la expresión «cultura cívica» para hacer referencia a la capacidad de conocer y formular juicios fundados de valor sobre la organización política de un país y el funcionamiento de sus instituciones.
Los pueblos cívicamente cultos entienden, por ejemplo, que la autoridad es indispensable para que se pueda lograr el fin de cualquier Estado, como es el bien común y la satisfacción de la necesidad que los hombres tienen de vivir en armonía. Comprenden que los términos «orden» y «autoridad» no son propios del fascismo, sino que es precisamente la convivencia democrática la que, en el marco general del reinado de los derechos y libertades, nos pide, a cada uno, que ellos sean ejercidos conforme a las leyes que los reglamentan y respetando la existencia de los derechos que los demás también tienen.
Los pueblos cívicamente cultos conocen sus derechos, sus libertades y el origen de estas, pero también saben que, así como las rosas tienen sus espinas, los derechos tienen, como contrapartida, obligaciones que es necesario respetar para que la vida en la comunidad sea sana.
El populismo que gobernó a la Argentina durante veinte años pretendió hacernos creer que la sociedad es la «cajita feliz» de los derechos ilimitados, haciendo que el principio de igualdad, constitucionalmente consagrado, mute al igualitarismo.
Para las sociedades cuyos individuos son cívicamente cultos, cualquier intento de incumplimiento o de perpetuación en el poder por parte de las autoridades constituye una falta grave inadmisible. En el contexto de pueblos con esas características, no proliferan los populismos y nadie se «enamora» de los gobernantes. Todo lo contrario a lo que se vivió con el Kirchnerismo en Argentina, cuando agitaban la bandera en entrevistas televisivas pidiendo: que la gente vuelva a «enamorarse» de su Gobierno. Típica expresión de quien pretende pueblos militantes, sumisos, ignorantes y fanatizados; típica expresión de lo que Sófocles denominaba «oclocracia» (gobierno de turbas fanatizadas e irracionales).

Sin dudas hay que volver a jerarquizar y a difundir la educación cívica ya que la calidad de los gobernantes depende de la calidad de los gobernados, y porque, en democracia, los pueblos tienen a los gobernantes que se merecen y que se les parecen.
