
Seguido muy de cerca por los dos períodos presidenciales de Cristina Fernández de Kirchner (previo intervalo del intrascendente e inoperante Mauricio Macri – 2015/ 2019 – ) Alberto Fernández, será recordado como uno de los peores presidentes constitucionales que haya tenido la Argentina por su debilidad política, asombrosa ineptitud y como si fuera poco, un escándalo nacional a raíz de una denuncia de violencia de género interpuesta ante los Tribunales por parte de su ex pareja Fabiola Yáñez (además de la sonora causa que pesa por corrupción en materia de seguros que incrimina de lleno al propio Fernández), quien asimismo para Antena 3 desde la Embajada Argentina, dio detalles de los golpes que recibió en el ojo y en el brazo, cuyas fotos ya se conocieron, contando abiertamente que sus problemas con el alcohol tuvieron lugar tras las agresiones de su ex pareja en 2016, cuando debió someterse a un aborto, que según declaró la víctima, fue forzada por el ex Presidente argentino: como si lo dicho fuera insuficiente, vale agregar los problemas de adicciones a las drogas, al alcoholismo y a las fiestas sexuales, que según Yáñez padece el vapuleado Alberto Fernández.



De cualquier manera el flagelo populista que arrasa al país comenzó mucho antes, concretamente en el año 2003, con el de Néstor Kirchner, cuya estatua de bronce de dos metros de altura, fue removida en el año 2019 de la sede de la Unión de las Naciones Suramericanas (UNASUR), ubicada en Ecuador, por considerarse que el fallecido mandatario argentino constituyó un símbolo de inmoralidad administrativa y corrupción.
A lo largo de cuatro períodos presidenciales, el Kirchnerismo fue una suerte de huracán que demolió al país en todos sus aspectos (sociales, económicos, institucionales y culturales), dejando un tendal de pobres e indigentes, así como también a una sociedad dividida y culturalmente degradada por la ignorancia y el fanatismo.

En efecto, no solo administró fraudulentamente fondos públicos (tal como lo probó la Justicia hasta el momento condenando a la mismísima Cristina Kirchner por delincuente), sino que colocó a la Argentina entre los países más atrasados del mundo, con dos de cada cuatro argentinos pobres, con una inseguridad galopante y con miles de jóvenes (y también adultos) mentalmente colonizados, a quienes se les ha hecho creer que el origen de todos los males, está en aquellos actores de la vida política e institucional del país a los que no pueden controlar – tales como jueces, fiscales, periodistas, corporaciones y el FMI – y, convenciéndolos de que las sociedades que progresan son aquellas en las cuales solo se difunden una multiplicidad de «derechos», pero no obligaciones.

El régimen Kirchnerista no solo se ha apropiado del Estado, de los derechos humanos, de los actos patrios, del lenguaje y del término «garantías» , sino que además ha instalado que quienes no estudian tienen derecho a aprobar, que quienes no trabajan tienen derecho a cobrar, que quienes no aportan tienen derecho a una jubilación, y que quienes delinquen tienen derecho a la libertad – simplemente porque son víctimas de una sociedad que los discrimina -. Han pulverizado las nociones de «orden» y «autoridad», propias de cualquier organización política estatal, avalando la toma de escuelas, los cortes de rutas, pregonando una total y absoluta subversión de valores, y acusando a sus detractores de serviles agentes de la «derecha fascista y oligárquica».

Pero la democracia da revancha, y en el marco electoral, fue el pueblo soberano el que, hastiado de tanta corrupción, ineptitud y mala praxis económica, política e institucional, emitió en las urnas su inevitable veredicto: Basta!. Si hay algo que caracterizó a Javier Milei, es que ha sido; y es, «políticamente incorrecto «. Con esa «incorrección» política logró dar una batalla cultural contra muchos de los dogmas instalados por el populismo Kirchnerista que arruinó al país durante veinte años, y pudo lograr que se los ponga en discusión. Así ocurrió por ejemplo, con el cuestionamiento a la cantidad de desaparecidos durante el último gobierno militar, con la intervención del Estado en la vida diaria de los argentinos, con el mal llamado «garantismo» en materia de seguridad, con el absurdo «lenguaje inclusivo«, y con el debate acerca de la afabilidad del liberalismo por sobre el socialismo, entre otros tópicos. Logrando también instalar una nueva esperanza no solo para Argentina, sino también para América Latina.

