¿Cómo influyen las emociones al votar? La psicología detrás del sufragio emocional
Emociones como el miedo, la ira o la nostalgia pueden influenciarnos más de lo que pensamos a la hora de decidir el sentido de nuestro voto.
En un sistema democrático representativo, los ciudadanos analizan racionalmente las distintas opciones antes de depositar su voto. Sin embargo, en la práctica el comportamiento electoral está influenciado por numerosas variables, algunas de ellas muy subjetivas, como las EMOCIONES, especialmente en contiendas electorales con un alto índice de volatilidad, como la que estamos viendo principalmente en Argentina.
Sabemos perfectamente que los políticos suelen apelar a nuestros sentimientos a la hora de reclamar el voto, pero ¿hasta qué punto estas emociones acaban siendo determinantes a la hora de depositar la papeleta en la urna? ¿Significa esto que cuando votamos no tomamos en realidad una decisión racional? Difícil saberlo, habida cuenta de que, en última instancia, las emociones son reacciones psicológicas meramente subjetivas y muy difíciles de cuantificar.

Las emociones más estudiadas son: el miedo, la esperanza y la indignación.
El politólogo experto en comportamiento electoral Paolo Cossarini, investigador del programa María Zambrano de la Universidad de Valencia, sostiene que actualmente no hay consenso científico a la hora de definir las emociones y diferenciarlas de otros sentimientos similares, como pasiones, estados de ánimo o fenómenos cognitivos. Además, en los últimos años, diversas disciplinas científicas, como las neurociencias, han demostrado que las dos dimensiones de las emociones (la cognitiva y conductual y la sensorial-emocional) se solapan y se influyen recíprocamente, hasta tal punto que es difícil diferenciarlas.
Entonces, ¿cómo medir el peso de las emociones en nuestro comportamiento electoral? ¿Cómo saber si estamos votando con el corazón – o con el estómago – más que con la cabeza?
Los analistas electorales utilizan varios métodos para ponderar el peso de las emociones en nuestra decisión de voto. Por ejemplo, analizan cuantitativamente los textos de los discursos políticos con el fin de determinar el tono emocional del mensaje o interpretan la retórica del discurso con el objetivo de determinar el grado de emotividad.
Los resultados servirán para determinar el tipo de emociones que dominarán un discurso político determinado, pero el impacto dependerá generalmente de tres factores:
- La oferta política (el grado en el que los políticos apelan a las emociones en sus disensos)
- La demanda política (expresada en el grado de polarización)
- El contexto mediático (la contribución de los medios de comunicación a esa polarización)
Podría decirse que las emociones van «calando» en nuestra percepción política sin que nos demos cuenta. Es posible que no percibamos que han modelado nuestro sentido del voto, pero «juegan un papel importante en variables como la identificación del electorado con un determinado partido político y la movilización, o desmovilización». Incluso pueden acabar siendo un detonante que, en última instancia, nos motiva a participar en unas elecciones.
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¿Quién no ha votado alguna vez movido por la ira o la impotencia? Eso explicaría, por ejemplo, que la polarización está directamente relacionada con el aumento de la participación electoral.
¿Y qué emociones acaban teniendo un mayor peso? El miedo, la esperanza o la indignación están presentes de forma estructural en casi todos los debates políticos, explica Cossarini, aunque en las últimas contiendas electorales están ganando terreno otras variables como la nostalgia, el orgullo o el resentimiento por algún acontecimiento pasado.
Entonces, ¿es mejor dejarse llevar por la emoción o ceñirse a lo que nos dicta la razón?
No lo uno ni lo otro. A pesar de que en las últimas décadas la literatura científica ha tratado de matizar la dicotomía entre la razón y las emociones, todavía seguimos pensando que debemos dejarnos gobernar únicamente por el imperio de la razón.
«Ni antes la política estaba dominada por la razón, ni ahora es todo emotividad», puntualiza Cossarini. Por muy racionales que seamos, siempre acabaremos influenciados por alguna emoción.
Tampoco hay que caer en el sesgo de considerar que las decisiones más inteligentes vienen determinadas por la razón. Como bien señala David Robson, autor de «La trampa de la inteligencia», las personas inteligentes no solo son tan propensas a cometer errores como todo el mundo, sino que incluso son más proclives a incurrir en ellos. Incluso las personas más brillantes, o más racionales, pueden cometer errores de volumen, estén o no dominados por la razón.
De nada sirve arrepentirse del voto, ni buscar la influencia de alguien a quien se admira. Al fin y al cabo, ambos pueden estar equivocados… o no.
Recordemos el primer debate electoral emitido en televisión que enfrentó a John F. Kennedy y a Richard Nixon.
Lo más llamativo del debate entre Nixon y Kennedy es que los oyentes de radio dieron como vencedor a Nixon, ante su discurso sosegado y su experiencia. Tengamos en cuenta que Nixon era vicepresidente de Estados Unidos, mientras que Kennedy era senador demócrata.
La imagen de Kennedy a través de la cadena CBS fue fundamental para su posterior victoria en las elecciones. A diferencia de Nixon, el demócrata apareció ante las cámaras de televisión bronceado y sonriente. A nivel audiovisual, resultó más cercano para los espectadores, y eso sumó en votos.
La imagen también es clave en la percepción que los votantes tienen de los candidatos. Cuidar la vestimenta, sonreír y trabajar la imagen son las enseñanzas que dejó aquel debate después de 65 años.
Este análisis explica en parte la lógica (o no lógica) frente a las últimas elecciones presidenciales de Argentina 2023… A veces, «es peor el remedio que la enfermedad».
